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¿EXCESO DE AMOR? – ESPACIO PSYCHE

junio 24, 2020

En lo que va del año, pareciera hacerse cada vez más recurrente al sintonizar algún informativo encontrarse con noticias que tienen como protagonista a una mujer como víctima fatal de un crimen perpetrado por hombre, su pareja o su ex. Es común, también, en las charlas cotidianas, de esas en las que se le busca una explicación a todos los temas del momento, que se esgrima el argumento “esos tipos están mal de la cabezao el más simple y llano: “hay que estar enfermo para hacer eso. Estas explicaciones, entendemos, no sólo pecan de simplistas, vagas, y estigmatizantes (hacia personas que sufren padecimientos mentales) sino que principalmente operan como forma de deslindamiento de un problema que nos atraviesa como sociedad, estableciendo que nadie de los considerados “normales” sería capaz de cometer un acto de violencia tan deplorable.

No podríamos haber encontrado mejor ejemplo para ilustrar la idea del párrafo anterior y dar cuenta de su vigencia y popularidad, que las declaraciones que realizó la diputada Inés Monzillo en un programa radial el pasado miércoles 17. Entre otras cosas, definió como causa del femicidio: “Es un problema psicológico, tampoco es odio, capaz que es un exceso de amor” además de establecer que la culpa de esta forma de violencia extrema recae sobre la víctima, diciendo que el hombre “se siente frustrado porque la mujer lo dejó o porque la mujer no lo deja ver a los hijos o porque no lo quiere ver más, entonces él pierde esa propiedad. Es ahí donde él se siente dolido y mata, pero no la mata por ser mujer”.

Esta idea del “problema psicológico” se presenta como una de las principales justificaciones de la violencia, dando a entender que el fenómeno se explica per-se en cada caso individual, negando la existencia de un contexto que condiciona al individuo. Por esta razón, es sumamente importante agregar al análisis del problema los factores de índole ideológico-cultural que influyen en el comportamiento de las personas. Que un hombre se sienta con la potestad de terminar con la vida de una mujer por considerarla su propiedad está sostenido por un sistema de valores que adjudica formas de ser, estar, pensar y actuar a cada una de nosotras y nosotros dependiendo del sexo biológico con el cual nacemos. Este sistema ideológico se ha denominado como “patriarcado”. Pero ¿Qué es el patriarcado?. Es una forma de organización política, económica, religiosa y social que se basa en la idea de autoridad y liderazgo del varón. En una sociedad patriarcal se da el predominio de los hombres por sobre las mujeres en cualquier ámbito de la vida cotidiana, ese dominio está naturalizado y controla los cuerpos y las vidas de las mujeres en general.

En una sociedad patriarcal, como la nuestra, los niños y las niñas van creciendo en entornos donde se establecen qué características y comportamientos son “adecuadas” para las niñas y cuáles otras para los niños. Para ejemplificar este punto podemos pensar en qué juguetes les son regalados comúnmente a los niños (armas, pelotas, autitos) y cuáles a las niñas (bebé, cocinita, muñeca). De esta manera, desde etapas muy tempranas de la vida y a través del juego como uno de los principales instrumentos de socialización, se van estructurando e imponiendo los roles en relación a lo que es ser varón y lo que es ser mujer, que se cristalizan y se tornan rígidas en el desarrollo posterior hasta llegar a la vida adulta.

En consecuencia nuestra sociedad y cada persona que vive en ella sostiene y reproduce estereotipos de cómo deben ser los varones “machos”: proveedores económicos, competitivos, viriles, violentos y despojados de toda debilidad y afectividad. Mientras que las niñas, las jóvenes y las mujeres, deben ser: cariñosas, débiles, sumisas, serviciales, delicadas y abnegadas.

Son estas ideas dominantes naturalizadas (aunque algunas veces con pretensiones de “naturales”) que sostienen y profundizan la desigualdad de género, llegando al punto en que se internalizan y se reproducen sin cuestionamiento en declaraciones como la siguiente:

Hay criminales que proclaman tan campantes “la maté porque era mía”, así nomás, como si fuera cosa de sentido común (…)”; a través de estas líneas Eduardo Galeano intenta poner en palabras el discurso de la mayoría de los femicidas. Ellos, las matan porque los desobedecen; porque se enamoró de otra persona y quiere terminar la relación, la mata porque ella se animó a denunciar la situación de violencia en la que se encontraba, la mata porque no hizo la comida esa noche, porque no limpió la casa para esperarlo cuando él llegara de trabajar. El femicida la mató porque no aceptó que la mujer no era su esclava, que podía tener pensamientos, deseos propios y que era dueña de sí misma. Por lo tanto, podemos decir que el femicidio es una de consecuencias de desobedecer el mandato patriarcal.

Entendemos que es importante para poder empezar a generar un cambio indispensable, que cada una de nosotras y de nosotros se cuestione en relación a las expectativas que se impone y que proyecta en los demás; a la hora de relacionarse con amigos, compañeros de trabajo y de estudio, familiares y parejas sentimentales. Si pudiésemos visibilizar y cuestionar los estereotipos y mandatos que condicionan nuestras formas de vivir, de sufrir, de construir nuestra autoestima, nuestras aspiraciones y deseos; estaríamos incluyendo estos aspectos culturales como una variable que atraviesa y determina la salud de las personas permitiéndonos actuar conscientemente sobre ellos.

Lic. en Psicología Gabriel Nicolas Paredes – Instagram: @gabriel.paredes.psico – 098 627 338
Lic. en Psicología Mariana Noemí Severo – Instagram: @licpsico.severo – 099 483 581

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