Ya no son las mismas maestras, claro que no. El inefable paso del tiempo va reconvirtiendo modas y costumbres. Ya no es la Maestra Teresita de collares y pulsera anti reumática, con “paso chueco de escorpión” a lo Victoria Abaracón.
Ahora es la Maestra Stephanie, con brackets en el comedor y Ray-Ban hasta bajo techo, ¿Qué importa y a quién le importa?.¿Saben en qué se parecen las de ayer a las de hoy? En esa respetadísima condición de sumergirse en decenas de diversas realidades y empatizar con las mismas. Muchas veces en poco más de setenta metros cuadrados. En la interacción continua con alumnos, y lo que presupone esa interacción diaria, conectando con tristezas, desengaños, sufrimiento y alegrías provenientes de hogares que aún no han asimilado,( las causas son varias), esa correspondencia con la escuela y la maestra en pro del desarrollo integral de la educación del niño. Es también mantener la calma en el contexto más álgido, sonorizado con el griterío y rebeldía propia de la inmadurez infantil. Es dividirse para más de treinta alumnos que requieren atención particular u orientación en sus tareas. Las que son blanco fácil de una sociedad cobarde, que enjuicia a una maestra que sale a bailar, pero agachan la cabeza con un gerente, cuando la banca les cobra intereses inauditos. Meterse en la vida privada de una maestra como si fuéramos impolutos. En pocos trabajos se le exige al empleado una conducta uniforme en su tiempo de ocio. Como si las maestras no cog… en sus tiempos libres. Les comento que sí lo hacen y algunas hasta muy bien (debe ser por eso de la reforma vareliana). Con errores, claro que sí, pero mayormente con aciertos aunque pocas veces reconocidos, porque su condición magisterial esgrime el “debo hacerlo”, sin esperar algo a cambio.
Hay que valorizar y respetar como sociedad la condición magisterial, porque el día que la ANEP se dé vuelta, se transformará en PENA. Y más allá del semipalíndromo…
Las consecuencias serán muy serias.


